Tripa y Corazón para salvar a la pelota


El fútbol es parte de nuestra cultura. Es nuestra identidad. Son los tablones que reproducen ese código de familia tan seductor que reclama lealtad. La pelota es un imán. Atrás de ella el barrio sacude emociones encontradas por un sentimiento tan frágil y genuino que extorsiona las penas al menos por un rato. En todas las expresiones populares, el capitalismo muta de chivo expiatorio a un animal silvestre, que lo usa en sintonía de un negocio sucio que envuelve la mediocridad en deseo. Y así potenciamos está irremediable escena que decodifica un mensaje donde es más importante ser que tener. Donde hace tiempo se dejó de jugar por amor, y todo encarna una bolsa de valor maldita, que tiene como cómplices a empresarios, periodistas, dirigentes, familiares y sí; los jugadores también. Pero para recuperar ese fútbol romántico de las primeras líneas, no hay que irnos muy lejos. Salgamos del televisor un rato, dejemos de ver a los periodistas que ningunean nuestra clase trabajadora y su capacidad de organización, terminemos con la pavada del cuento. Empecemos a imitar el hermoso trabajo que hacen las escuelas de fútbol en los barrios, que no solamente laburan para sacar a los pibes y pibas de la calle, sino que también se encargan de acompañar las trayectorias escolares y que de verdad a través de su fútbol mixto, quieren trabajar en un mundo donde quepan muchas más. Volvamos al fútbol de la clase trabajadora, al fútbol social, al de la familia, el que nos enamoró, que seguramente hace mucho tiempo que está lejos de los que vemos en la tele. ¡Lo de ayer fue la gota que rebalso el vaso! pero no por perder con los croatas 3 a 0, sino por la bochornosa imagen que dejamos cuando nos vivimos burlando de otras etnias, cuando aflórese ese machismo repugnante y asquerosamente misógino, cuando queremos ganar en la tribuna lo que perdimos en el campo de juego. 
Que ya no todo valga lo mismo, volvamos a las bases de una vez por todas, resinifiquemos la esperanza.

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