Múgica para #JóvenesSolidarios es muy especial. Al igual que Eduardo Galeano. Son quizás una simbiosis que caracteriza nuestros espacios de construcción, participación y reflexión. Dada la amarga fecha, que recuerda el vil asesinato del Padre, que mejor que reinterpretar sus últimas horas, en un texto del enorme escritor uruguayo y porque no, de uno de los pensadores más importante de nuestra querida y bonita Latinoamérica.
El álamo
Su maestro había muerto, en Jerusalén, de muerte infame, en la cruz donde morían los criminales y los ladrones. A Carlos Múgica una ráfaga de balas le partió el pecho en Buenos Aires.
El sacerdote Orlando Yorio, su amigo, su hermano en la fe, quiso lavar la sangre de Carlos. Trajo un balde de agua y una escoba; pero los policías no lo dejaron. Y Orlando se quedó parado ante la casa, escoba en mano, los ojos clavados en la sangre: era un charco enorme, un lago, como si aquella sangre espesa y grumosa fuera de muchos.
Orlando estuvo allí, quieto, y allí siguió cuando la lluvia se descargó de pronto, sin aviso, desde el cielo. Y él no se movió, acribillado por la lluvia, mientras la lluvia se llevaba toda la sangre hacia el pie de un álamo. El álamo, alto y desnudo, la bebió hasta la última gota.
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