
Un pájaro negro abre sus alas. Pico en alto y su lomo erguido emprende vuelo hacia su tierra natal. Abandona su lugar de hospedaje al son de fanfarrias. En su estómago lleva el material preciado. Capitales en la jerga económica. Deja en el improvisado nido una década de vejaciones constantes. Los capitales extranjeros se fugan, y la bandera del corralito es levantada por Domingo Cavallo.
Calores agobiantes que anunciaban un nuevo verano. A partir de noviembre de 2001 el suelo argentino entró en ebullición. Empresas que dejaron huérfana la ilusión de industria argentina elaborada durante la década de 1990. Años de cabezas gachas y nudos en la garganta esperando el momento de la embestida. La banda rosarina Cielo Razzo resume el clima de la primavera menemista: “Dame una chapa, te doy mi bandera”.
“Cada uno con su librito” dicen los periodistas pero ante semejante desahogo social no valía ningún manual. No se borrará de la memoria la transmisión en directo del atropello a las Madres de Plaza de Mayo. Tampoco se olvidará el llanto de ese comerciante asiático desesperado porque su supermercado era saqueado. Aquel hombre vertía, en cámara, las lágrimas de todos aquellos que sufrieron el desprecio durante más de dos décadas.
Carpas blancas, apagones masivos o marchas multitudinarias. Cualquier repudio a las no-políticas fueron en vano. La reacción llegó en el momento en que aquel cómodo habitante argentino vio amenazado sus intereses. Pero algo no salió como debería. Por cada Nito Artaza existían veinte cartoneros. Por un ahorrista enfurecido existían diez argentinos desesperados. Por un estudiante universitario existían diez familias alejándose de su tierra natal. Por un presidente que abandonaba su puesto en helicóptero existían veinte adolescentes gritando al unísono: “Se viene el estallido”.
Parecían cuentos épicos los relatos de padres nostálgicos que recordaban su militancia juvenil. El olor a tensión invadía las narices de esos pequeños que conocían de memoria a los personajes del primer Gran Hermano. Las placas rojas de crónica ponían en números la decadencia de un sistema aborrecido hasta por los más pudientes. No existía ningún Boca- River que compitiera con la adrenalina de saber cuál era el “Riesgo País”.
En mente de los más abstraídos se encontraba un interrogante. ¿Cómo explicamos a las generaciones venideras esta semana trágica? ¿Qué palabras describen a la perfección la unión de un pueblo oprimido que estalló con cacerolas y banderas? Diez años después la respuesta no la encontraremos en los libros de textos escolares. Grecia, Estados Unidos, España y Egipto saben mostrar, a su manera, el desahogo de ese sector marginado que aprovechó la distracción de la clase media para unirse y reaccionar.
Dos días dejaron treinta y siete muertos en todo el país. Dos semanas fueron suficientes para tener seis presidentes. No alcanzará el tiempo para detener el grito de los olvidados.
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Jóvenes Solidarios
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